29.12.15

La esperanza es lo último que se pierde

Para empezar debo decirles que si pude vencer una y mil dificultades en la vida fue porque siempre tuve la seguridad de no dejar que el tiempo o el azar me ayudaran.

  Ustedes, que me quieren y me conocen, figúrense qué habría sido de mí en muchas oportunidades que me azotaron, a mí y a los míos -y que gracias a la fe y el valor pudimos vencer-, el dolor espiritual y corporal. Esas duras pruebas que he tendido que afrontar en estos 93 años que voy a cumplir.

Les cuento:

Desde muy pequeña me rodeó todo lo que cada niño debería tener al nacer: ternura, amor y fe. Fui rodeada por muchos seres queridos, amados e inolvidables, que me formaron con una gran visión hacia el futuro. Nunca supe el valor de todo lo que me rodeó de niña, en grandezas, no conocí diferencias entre los seres  humanos. Sí conocí la fe en Dios desde muy pequeña: éramos todos hijos de Dios. Lo mismo me daba usar elegantes prendas, que estar con mi diario y sencillo vestido.

  En una oportunidad, una amiga muy querida por tía María Mercedes (mi “Ñaña”) le preguntó extrañada por qué tanto mi madre y sobre todo ella se preocupaban tanto por enseñarme todo  lo necesario para vivir cuando mi padre gozaba de buena posición. Ella simplemente le contestó: “lo hago porque no quiero que me acusen de haberla malogrado por amarla tanto”. Sabias palabras.

   En el transcurso de los años -muchos saben cómo fue mi vida-, siempre ayudando, siempre aprendiendo.

   Junto a mi cama, no me faltaba la lamparita de nuestra santísima Virgen María y un libro. He leído y aprendido, desde muy pequeña, colecciones muy valiosas que estuvieron cerca de mí, y lo sigo haciendo hasta hoy.

  No imaginé las circunstancias que me pondrían ante lo más doloroso e inevitable en muchos casos. Pero la mayor riqueza espiritual y moral la adquirí por mi fe y, al ir creciendo en edad, por no darle importancia a la grandeza, sino a sentirme segura y amada por los míos. Cada uno de ellos, miembros de mi inmensa e invalorable familia, fue depositando en mí su yo.

Hoy, nada de esa época ni los míos me acompañan, a excepción de mis hermanos. Hoy soy cabeza de familia: madre abuela, bisabuela y tatarabuela ¿Qué mayor tesoro puedo desear si en mi hoy vivo en prefecta paz, al lado de mi hijo el Reverendo Padre César, en cuya parroquia estoy en paz, y vivo tranquilamente? No me falta el calor de mi numerosa familia actual, a la cual han nacido, para felicidad de todos -casi por diferencia de días-, dos biznietos más.

No se dejen vencer por las dificultades, tenemos que luchar en el hoy, tan difícil de vencer, por ese futuro tan incierto e inseguro,. Pero si no tratamos de cambiar el mundo, no estamos cumpliendo como cristianos. A los mayores en las familia: tenemos hoy muchos niños y muchos recién nacidos en todo el país y en el mundo a los que les debemos enseñar a estar prevenidos, y nunca negarles un momento cuando ellos, al ir conociendo el mundo, se nos acerquen para preguntarnos algo que les inquieta. Jamás les contesten cuando se nos requiera con un “no tengo tiempo”. Este es mi mejor consejo: estar prevenidos y enseñarles a luchar, porque ese futuro dependerá de ellos.

Con todo mi amor les deseo que se cumpla lo que esperan para el futuro, lo que más deseen para los suyos, y, sobre todo, que cuanto más los apriete la vida, tengan fe. Nuestro padre desde los cielos nos dará su protección y ayuda y desatará, con su amor, todos los nudos que nos aprieten en las dificultares, otorgándonos un futuro de promesas y de amor.

Un abrazo con todo  mi cariño y amor, y mis mayores deseos para el año que empieza. Que nos traiga sobre todo amor, paz y felicidad.

Con todo mi cariño,

Cucha

Diciembre del 2015


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