Empecemos por decir que es la edad en la que más se valoriza todo lo que nos rodea, enriquecida por recuerdos, añoranzas, sin faltar las tristezas, amigos entrañables… esos que siempre estarán a nuestro lado, aunque ya muchos hayan partido para siempre; hijos y nietos que son la esperanza del mañana y la continuidad de nuestro ser. Nos hemos ido culturizando, acumulando experiencias y aprendiendo siempre todo lo que pudimos aprender, sin importarnos lo que el tiempo nos dejara sin disfrutar.
Yo siempre imaginé, cuando aún era adolescente, que al llegar al final del camino, sólo quedaba esperar y esperar… pero eso no es así…
Ahora estoy en esta tercera etapa y mi vida no tiene nada que la perturbe con aquellos nefastos augurios que antes me imaginé.
Para mí ¡que grato es ver el amanecer de un nuevo día! y me pregunto qué de nuevo me traerá. Será un día luminoso donde todo sea positivo para mí, o uno de aquellos días donde los recuerdos me asaltan a cada paso, cuando escucho una canción del recuerdo… o aspiro el perfume de alguna flor que cultivé en el inmenso jardín de la casa de mis padres.
He aprendido a vivir el presente, que es lo único real que tenemos, y no me dejo influenciar por las limitaciones que me van llegando cada año que pasa, porque es lo lógico, que la maquinaria humana sufra también el desgaste dejado por el tiempo…
¿Saben? es para mí de mucho valor el que se me pueda presentar la oportunidad de ayudar al que lo necesita, aunque sea con una palabra, basta un abrazo y una sonrisa, a veces sin decir nada; explicarle a los jóvenes o niños cómo va cambiando la vida, enseñándoles lo que fui aprendiendo en cada etapa de mis largos años.
Si hay algo que no se debe decir es “no puedo”, ese es el principio de nuestro declive como seres humanos. El optimismo y la seguridad se adquieren por nuestro propio esfuerzo. La vida es muy bella según como la queramos vivir, y si aún nuestro corazón es capaz de seguir latiendo con amor y fuerza. Hay que amar más y darle la oportunidad para que el amor sea el principal motivo de que nuestra tercera edad, que sea aún la prolongación de la estela que formamos desde que fuimos jóvenes y nuestra vida supo de ilusiones y esperanzas.
Más aún, los desencantos que supimos superar fueron fortaleciendo esa fuerza interna que nos empuja a seguir adelante y a levantarnos cuando nos caemos por la fatalidad o el desengaño.
Trato en todo lo que me es posible de bastarme sola: leo, escribo, manejo mi computadora, ayudo en la parroquia donde resido con mi hijo sacerdote, tengo amigas y mis seres queridos me vistan con frecuencia. Gozo tomando un helado o espectando un partido de fútbol, río con las travesuras de mis pequeños, abrazo a los amigos pero con todo el corazón y siento que este corazón se me agranda cuando escucho que me quieren y admiran, aunque esto último no me gusta, porque yo soy como soy, porque sola he luchado en la vida para no quedarme atrás.
Mi gran fortaleza es el amor de Dios. Me levanta si me quiero caer, me ha cuidado muchas veces y he sentido su mano bendita sobre mí y sobre los míos. A Él le debo ser como soy y nuestra Madre María es mi fuerza, es mi ejemplo a seguir para poder gozar algún día de la presencia de mis seres queridos que me han precedido... sé que me aguardan en el cielo.
Espero que algo de lo que escribo les sea de provecho y no me dejen hablar o escribir en vano.
El ayer y el hoy son completamente distintos, pero si hay algo que no cambiará nunca es el verdadero AMOR.
Los amo a todos,
Cucha
Octubre 19 del 2007
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