¿Cómo empezar? ¿Cuánto por recordar? ¡Ya sé!
Recuerdo que en mi infancia tuve muchos amiguitos, pero ninguno como Coco, así no más. Nunca conocí su apellido. Tendríamos 3 o 4 años, pero éramos inseparables. En mis recuerdos lo veo blanquito y delgado pero no recordaba bien su rostro. Hace poco, revisando las fotos antiguas en una de mi cumpleaños donde me encuentro rodeada de familiares y amiguitos, lo descubrí y me sentí feliz de haber vuelto a ver su carita después de casi toda una vida. Él, como muchos seres queridos que han estado conmigo y hemos disfrutado de momentos gratos o amargos, han salio de ella sin volver a saber que fue su existencia. Tuve dos amiguitas más que no sé que fue de ellas. Blanquita Tapia y Dorita. El tiempo se las llevó.
Más adelante empiezo a recordar rostros queridos entre las personas afines o amigas de mi familia y por las que más siento nostalgia son Ofelia y Rosa Bazo, amigas íntimas de mis tías. Cuando me llevaban a visitarlas me colmaban de cariños. Como niña golosa, no puedo olvidar las maravillosas pastas de almendra y un sin fin de dulces que nuca faltaban en esa casa. Más que amigas, eran como de la familia.
Me veo luego en la casa de los tíos Samuel y Ernestina que ya en mis “Recuerdos” he hablado de ellos. Pero no solo era cariño lo que nos unía sino su ternura y amor hacia nosotros y un sentimiento maravilloso me embargaba cuando estaba en su compañía, pero lo que quiero rescatar de esa familia es también a Laura Rondón de Marsano, hermana de la tía Ernestina a quien no nos unía ningún parentesco y, a pesar de ello, fue para nosotros una tía entrañable que con sus hijos Luis, Carmen y Pedro fuimos un todo de ternura y entrega mutua. Carmen (La Nena), a quien quiero como una hermana, aún vive y nos reunimos para recordar aquellos tiempos y de los más cercanos para añorar lo felices que fuimos y aún más cómo nos hermanamos cuando el infortunio o el dolor tocaron nuestras vidas.
Volviendo a mi infancia, recuerdo en primer lugar, que yo le tenía miedo a la oscuridad, y me veo, como si fuera ayer, sentada en la mesa del comedor, mirando con increíble temor al cuarto oscuro que tenía por delante donde dormía con dos de mis tías, mi Ñaña y la tía Tete. Y ese temor me duró mucho tiempo hasta que, lentamente, lo fui venciendo. Pero si, no olvido que desde muy niña sentía en las noches el ruido de algo que sonaba continuamente al costado de la pared y que al preguntar que era aquello, me decían que era una señora que trabajaba de noche moliendo productos que vendía por la mañana, y la verdad fue que ese ruido era producto de las “penas” de la casa contigua.
No sé por qué fui increíblemente tímida. De todo me asustaba y además trataba de pasar desapercibida cuando frecuentaba a la familia, quizá sería que siempre llegábamos a las casas de lo parientes cuando estaban todos reunidos y yo quería desaparecer, ya que uno u otro me decían que como había crecido, que qué gordita estaba y cosas así. Y a todas partes me llevaban… Lo positivo de esas visitas fue que fui haciéndome querer por todos los que me iban conociendo, y lentamente empecé a frecuentar las mansiones de muchas familias del entorno social de los míos. En realidad conocí verdaderos palacios comparados a los de mis cuentos infantiles, escuchados contar diariamente por las amadas tías, antes de quedarme dormida.
Ahora, después de casi una vida, recién me encuentro ante una verdad de la que nunca antes me percaté, y estoy segura que si no hubiera sufrido tanto por mi timidez, quien sabe si esa situación tan traumante para mí no hubiera sido la causa de que luchara conmigo misma por salir adelante para lograr lo que la vida me impidió realizar, ser capaz de irme ilustrando leyendo indesmayablemente cuanto libro pude tener en mis manos. Y es por eso que ahora me siento realizada como persona y puedo alternar con cualquiera sin temor ni timidez.
Tuve cajas de cajas de juguetes, maravillosos juguetes, pero los tenía guardados por que no los podía compartir con mis hermanos hombres, mas bien, me gustaba jugar con los trompos, las bolitas y los juegos de aquella época.
Sí que era bello Abajo el Puente. Hoy voy rememorando cada rincón, las calles empedradas, el perfume de las flores de las casonas antiguas, sus balcones y ventanas de reja, pues una de ellas daba al dormitorio de mis padres. La amabilidad y el respeto con que nos tratábamos chicos y mayores. Los chicos de la cuadra, traviesos, pero sanos e inocentes. Les gustaba colocar las tapas de las botellas de Kola Inglesa en los rieles del tranvía que pasaba por delante de la casa que venia después de recorrer todo el villorio.
Mi casa siempre estaba visitada por los primos y amigos de las tías, donde se propiciaba el baile con los ritmos de moda. Cada cumpleaños u otro festejo era motivo para cambiar el forro de las lámparas del alumbrado del comedor y dormitorios las que consistían en armazones de alambre de formas diversas forradas en papel crepé de distintos colores. Eran muy bellas y originales. En el vasto y bello salón sí brillaba una lindísima araña de varias luces, reflejadas en los espejos del mismo recinto.
De los familiares de aquella época, recuerdo a mis tíos los Crespo, sobre todo por su cariño y la sana alegría que los adornaba, siendo la más destacada bailarina Lindaura Prieto Crespo, la que se conocía el ritmo de toda la música de entonces y hasta en el Charleston era una campeona. Era muy hermosa y me tomó gran cariño. Parece que la vida le permitió tanta alegría y felicidad cuando joven ya que después fue muy doloroso el camino que le tocó recorrer… Aún vive pero hace algún tiempo que no la visito por razones varias.
Como iba creciendo, mi Ñaña me empezó a llevar diariamente a la Iglesia de la Merced, y fue por esa razón que conocí a otras amigas de ella y de mis otras tías, siendo un grupo de personas finas y educadas que lentamente se me fueron acercando y a quienes quise como algo mío y no simplemente amigas de la familia. De ellas recuerdo a Celinda Granjean y Lucila Borda, ambas muy cariñosas y que fueron incorporándose como otras “tías” para mi. Además entraron a mi entorno las hermanas Olcese y fue tan grande el cariño que les tuve y la frecuencia con que nos visitaban que nunca sospeché que sólo fueran amigas de los míos. A las “tías” Herminia y Elena las tengo tan presentes como si las estuviera viendo. Muy distintas entre sí, pero rivalizando en amor y ternura para mí y mis hermanos. La amistad con mi familia fue tan increíble que cuando habían pasado muchísimos años y yo me había casado y ya tenía a varios de mis hijos; un día, estando en casa de mamá, llegaron las dos, portando una torta y pasteles para celebrar sus “Bodas de Oro” de amistad inquebrantable. Así eran de profundos los sentimiento de aquella época. Y recuerdo que las seguimos visitando con mi esposo Guillermo cuando, ya muy ancianas, enfermaron sin remedio. La tía Herminia fue madrina de mi hijo César. Se nos fueron con gran congoja de todos los que las quisimos de verdad.
Otros personajes de mi historia fueron la tía Amalia y su esposo, el tío César Reyes. Aunque se casaron siendo maduros y para ellos la vida les fue dura, recién mi tía fue feliz en compartirla con tan entrañable compañero. El tío era pintoresco y amoroso. Quería entrañablemente a mis hijos y para ellos era motivo de intensa alegría cuando lo veían aparecer por la puerta. Para ellos era el tío que los tenía abstraidos con sus cuentos de aparecidos y brujas, con su forma de hacerlo abriendo tremendamente lo ojos. Nos quiso como si fuéramos de su misma consaguinidad. La tía tenía unas ocurrencias que eran compartidas con Guillermo y siempre estaba alegre y reilona sin demostrar lo que muchas veces pudo mortificarla. Sobre todo porque padecía de sinusitis, condición no conocida en ese tiempo. Tenía ocurrencias como cuando le decía a Guillermo, otro travieso, que le hacía bromas para fastidiarla: “Compaire, no me fatidie porque acabo de comurga”. O si en una oportunidad nos contaba entre sus muchas ocurrencias que conocía a una señora que invocaba cuando necesitaba algo:”Por los benditos y alabados pecados de Nuestro Señor Jesucristo”. Ay! Si sigo no acabaré nunca de contar sus ocurrencias, pero hasta que se nos fue, para nosotros no hubo otra tía a quien recordáramos tanto por su original forma de ser. Se conocía todo el santoral litúrgico y era la mejor fuente de información cuando indagábamos por la conmemoración de algún santo o santa. Como ella no hubo otra igual. “Compañera inseparable de mamá” hasta su final.
Y regresando a mis recuerdos, y ya en Miraflores, fueron otros los personajes que llegaron a formar parte de mi vida como amigos entrañables, casi hermanos por el cariño que nos tuvimos, además de Manuel Gardini que fue el primero que vivió cerca. Luego, ya en el colegio, el travieso Paco Portugal fue inolvidable por su entereza y alegría de vivir, a pesar de que tenía una pierna defectuosa pero que nunca le fue un estorbo para jugar con la pelota o hacer travesuras increíbles. Fue un compañero muy querido para mí.
Otra amiga que llegó a ser como una hermana fue Leonor Duthurburu, “Mota”, que aunque siendo de un año superior al que yo estudiaba, llegamos a ser inseparables. Nos unía un cariño cálido y profundo, que me ayudó en momentos muy difíciles en la vida cuando tuve que afrontar una decisión que me dejó sin ganas de vivir. Ella fue mi soporte y logró, a base de hacerme comprender las cosas, que saliera de la postración en que me encontraba. Pero la vida nos fue ingrata, y, sin querer, por diferentes circunstancia, nos separamos después de largos años de amistad y ahora no se si aún vive o ya partió, como muchas otras amigas de la época de mi adolescencia
Pero a pesar de lo avanzada de mi edad, aún tengo una amiga a quien he visto después de largos años, que vivió a nuestro lado en la casa contigua: Irma Santibáñez. Es noble, sencilla y compartió conmigo muchas vivencias. Pude hace pocos meses reencontrarme con ella y el abrazo que nos unió fue el mejor ejemplo de lo que significa una verdadera amistad.
Pero también hay sorpresas que no esperamos, y eso me acaba de suceder. Por una nota en un diario, también me he podido reencontrar con otra compañera de colegio: Enriqueta Leguía Olivera, hija del que fue presidente del Perú, Don Augusto B. Leguía. Pero como Dios es grande, ha permitido que esto sucediera para que nuestro encuentro haya sido algo increíblemente positivo para ambas. Nuestros recuerdos y mutuas vivencias han logrado que tanto ella para mí y yo para ella hayamos encontrado la oportunidad para ayudarnos en muchas cosas que nos son de gran valor. Y lo que más satisfacción me ha proporcionado es que compruebo lo bien que le está sucediendo para su estado de ánimo, el que podamos estar juntas y que con mi ayuda pueda terminar un trabajo gratamente valioso para ella.
Pasamos horas conversando y recordando lo que nunca antes pudimos compartir, por que nuestros caminos por la vida los recorrimos muy lejos una de la otra. Y ahora la visito con una ilusión ya casi olvidada, de lo mucho que compartimos cuando fuimos compañeras de colegio, pues nos parece que el tiempo no ha transcurrido para nosotras y nuestras risas se asemejan a las de dos adolescentes que siempre han estado unidas por una verdadera amistad.
Volviendo atrás, quiero hablar de uno de mis primos hermanos, César Cárdenas (Cotico), hijo de la tía Victoria, hermana de mamá y del tío Pedro Cárdenas, primo hermano de papa. Aunque ya hablé de ellos en mi escrito anterior, quiero resaltar a este amoroso y muy peculiar “Cotico”, mi primo del alma, mi pareja de baile, gordito y muy buen mozo con enormes ojos de largas pestaña. Era muy alegre y su risa amplia y sonora me parece escucharla aún. Gran jugador de fútbol, era un delantero muy hábil y se destacaba del grupo de chicos que frecuentaban nuestra casa. No se perdía ninguna fiesta que se celebrara y conmigo hacía malabares con los pies, siguiendo el ritmo que fuera. Era ocurrente y gracioso. Recuerdo bien que una vez nos habían invitado a la casa de una de mis amigas y por supuesto a todo el grupo. Él estaba sirviéndose una vianda y se le escapo un pedazo de papa de lo que estaba comiendo y como buen futbolista, lo emparó en el aire enviándolo directo a un dormitorio contíguo. El señor de la casa lo vio y le dijo muy serio: “Joven es posible que no le guste lo que esté comiendo pero no lo patee”. Ante la risa general. Y en otra oportunidad le quiso hacer una broma a un joven norteamericano que había asistido a otra de nuestras fiestas, haciéndolo comer un ají limo que casi lo ahoga. Nos pegamos un susto tremendo, pero nunca escarmentaba. Junto a él no se podía dejar de reír. Era más bueno que el pan y llegó a ser campeón de Bowling, cuyos trofeos, que fueron varios, los conservó con gran orgullo, además de ser fanático del jazz. Luego que pasó el tiempo, muchos largos años, enfermó del corazón y viviendo junto a la casa de nosotros, en vísperas de año nuevo, se presentó con el saco al revés y nos dijo que era para tener buena suerte al recibir el nuevo año y la suerte quiso, que por lo bueno que siempre fue, volara al cielo dulcemente a los pocos días. Tan dulcemente como fue su corazón…
Después que falleciera mi tía María Mercedes, mi Ñaña, como ya lo he contado, mi ángel salvador fue la tía Angelita Cárdenas, prima hermana de papá. Por ella volví a vivir y durante toda el tiempo que tuve la dicha de compartir su invalorable compañía y, a pesar de la diferencia de edad, nos entendíamos como si fuéramos dos hermanas y dos amigas.
Hace poco conversando con Jorge, uno de mis hijos, me decía que Dios había sido sumamente misericordioso con nosotros por la familia que nos permitió conocer, apreciar y amar intensamente.
La tía Victoria, hermana de mamá, fue para nosotros otro personaje inolvidable. Tenía siempre la sonrisa en los labios a pesar de que su vida fue muy dura y sufría por muchos motivos. Y la recuerdo joven y hermosa, con aire de distinción y garbo al caminar, bailando la marinera limeña con suma maestría y gracia. Era una figura cuando sus piecesitos se deslizaban haciendo los quiebres en la "resbalosa". Tía amada, vivió a nuestro lado en la casa contigua por varios años y me parece verla cada noche, cuando ya se quedó sola, llegar suavemente con su amorosa mirada y su infaltable sonrisa.
Y siguió pasando el tiempo, y éste me va a faltar si empezara a enumerar a muchos más que fueron para nosotros personajes inolvidables. Pero una figura de ellos se destaca como un amoroso abuelo que no fue tal, pero si por su amor hacia mis hijos, lo calificó como tal. Se trataba del Dr. Daniel Checa, Vocal de la Corte Suprema, que habiéndose casado con la tía Elena Olcese, empezó a frecuentar mi casa y su presencia en ella nos colmaba de alegría por su ternura con los pequeños y su sencillez y calidez con nosotros. Me alababa mucho la chicha morada que preparaba y llegó el momento que en cada cumpleaños a los que nunca faltaba, yo le separaba una jarrita especial para el. Un día que salía del Palacio de Justicia, sufrió una aparatosa caída que le ocasionó la muerte, con inmensa consternación de todos los que lo quisimos. Nunca lo hemos olvidado…
Me han solicitado que hable algo de mis hijos, nietos y bisnietos, pero hay que comprender que, al hacerlo, voy a tener que relatarlo muy someramente, ya que por el número de ellos no podría extenderme en hacer conocer todo el tiempo que pasó desde que nació mi primer hijo Guillermo. He contado algo en mi primer trabajo “RECUERDOS” cuando converso con ellos, pero tendría que relatar momentos de alegría infinita como así, re montarme a un dolor inerranable… Quiero sin embargo decir que Dios nos otorgó el tesoro invalorable al que pudimos aspirar cuando a Guillermo y a mí nos hizo padres de 8 incomparables hijos. Ocho hijos criados con el más profundo y ejemplar amor, inculcándoles desde muy pequeños, los principales valores de moral, honradez y rectitud. Fueron como todos los niños, alegres o serios, traviesos o más tranquilos, confiando en nosotros como si fuéramos, además de padres, sus mejores amigos.
Nos tocó una época muy dura de la post-guerra y fue tarea de titanes poderlos sacar adelante. Y más aún, se nos probó con el cáliz de la amargura cuando una de nuestras pequeñas, Charito, voló a los cielos… Mi viejo era en ese entonces un esforzado empleado de la Marina de Guerra, y con su trabajo sacrificado e impecable proceder, se hizo querer y admirar en ese cuerpo. Pudimos darle la educación que nos habíamos propuesto. No los privamos de nada, y con ellos compartíamos juegos, paseos, idas al circo, a desfiles y ceremonias religiosas, ya que en su formación, la fe en Dios y la Santa Virgen María fue para ellos algo principalísimo desde muy pequeños. Fuimos un todo en muchos momentos de alegría y dolor, pero, ya cumplida su instrucción escolar, cada uno siguió el camino al que se decidieron sin trabas ni presiones.
Con el tiempo, convertidos en hombres y mujeres de bien, se fueron casando y fueron depositando en nuestros brazos a los nietos adorados. Y uno de ellos, el cuarto hijo, César Manuel, escuchó el llamado de Dios para ejercer el sacerdocio y nunca nos arrepentimos de haberlo ayudado a seguir ese camino. Era para nosotros como un premio al que nos sentíamos inmerecidos, al igual que los que recibimos de sus hermanos cuando nos hicieron abuelos. Aún siento en mi corazón la primera emoción de madre realizada cuando recuerdo sus matrimonios, y en la consagración de nuestro hijo sacerdote.
Actualmente, de seis de mis hijos, tengo -ya que mi viejo no está con nosotros- 25 nietos, siendo el mayor de 37 años y el último solo de tres añitos.
De Guillermo y su esposa nacieron cinco, cuatro mujeres y un hombre; de Sara María, cuatro varones; Federico tiene seis, cuatro varones y dos mujeres; Jorge es padre de tres, dos mujeres y un hombre; Ana María tiene cuatro, tres mujeres y un hombre; y el último, Eduardo, tiene tres, dos hombres y una mujer. Que lindo ramillete, no les parece?
De mis nietos, hijos de Guillermo, se han casado dos: Mónica, la primera y luego Verónica, la segunda. Los dos últimos Ursula y Guillermo están por casarse este año. Solo queda soltera Silvana, que es la tercera. Verónica tiene dos niños (mis bisnietos) Mateo y Alessia.
De los hijos de Sara María, José Enrique, el mayor, es padre de cuatro hijos siendo el mayor de ellos Enrique Alexander, mi primer bisnieto. Luego viene Jesica, Luis Gonzalo e Ethan.
Luego Carlos, el segundo, es padre de dos, un niño, Eric, y su hermana Francesca.
Miguel ha tenido dos hijos: Ivet y Paolo.
Estos tres nietos residen en los Estados Unidos y sólo he podido conocer y gozar de algunos de ellos porque los otros son norteamericanos.
El menor, Alvaro, es soltero.
Federico, el tercero de mis hijos, tiene seis, cuatro hombres y dos mujeres, siendo Claudia, la segunda, la que está casada y tiene dos niños: Paolo y Piero. Eduardo, Federico, Luciana y Jorge son solteros (Jorge esta por casarse en junio de este año) y Juan Diego aún es un niño.
Jorge es padre de tres: dos mujeres y un hombre, siendo la mayor Silvia, luego Mariella y Jorge Rodrigo. Los tres están solteros.
Ana María es madre de cuatro hijos: Patricia, la primera, es madre de una niña: Alejandra y reside en Florida.
Fiorella también tiene un niño: Patrizzio y reside en Módena, Italia.
Andrea también reside en Módena con su esposo, pero no tienen descendencia.
Fernando, el último está soltero.
Eduardo el último, tiene tres hijos: Giacomo, Talía y Darío que aún son niños.
Esta descendencia numerosa, es para mí lo que termina de hacerme feliz. Si ya lo era con los antepasados que tuve, también amorosos y adorables, para los que los hemos gozado, completando este cuadro mi esposo, ya fallecido, y mis siete hermanos, ahora en el ocaso de mi vida, quiere Dios adornar mi existencia con tanta ternura de esa parte de mi ser, prolongada en mis hijos nietos y bisnietos.
No me puedo explicar por más que lo medito en todo momento por que Dios en su infinita misericordia me ha dado tanto en la vida. Yo soy una mujer cuya existencia está transcurriendo como otras tantas y mejores que yo, pienso que se debe pasar por este mundo mirando en todo momento hacía adelante, aceptar lo que a diario nos pueda ofrecer cada día, ser positivos y saber que si se nos dio la vida, ese don tan maravilloso del cielo, no es para desperdiciarla sino para llenar nuestras manos de gracias y bendiciones y ofrecerlas a ese Padre que algún día nos tendrá a su lado, si cumplimos viviendo como verdaderos cristianos, y nos damos íntegramente a los demás. Ese servicio que debemos prestar, con todo nuestro corazón, es el fin para lo que hemos sido creados, pues bien lo dijo así el Señor, con amor, humildad y entrega. Pasar por la vida haciendo el bien.
Les hago llegar este somero relato porque me lo han pedido, ya que no esperaba hacer otra recopilación de mis “Recuerdos”, porque deben comprender que, aunque no lo quiera, al rememorarlos hay pasajes en ellos que me producen una intensa nostalgia de lo que siempre guardé en mi corazón como un tesoro escondido, y que no lo pueda volver a vivir… pero lo hago para que conozcan también lo que es mi descendencia, que cuando llena mi casa me rodea de una indescriptible felicidad.
Los amo y los he amado siempre y quiera Dios que aún pueda seguir por algún tiempo más en esta vida que ahora disfruto, no solo con los míos, sino también con muchos seres queridos y amigos entrañables que completarán mi vida hasta que Dios lo quiera… recordándome siempre.
Con mi cariño entrañable los beso a todos,
Cucha
Recuerdo que en mi infancia tuve muchos amiguitos, pero ninguno como Coco, así no más. Nunca conocí su apellido. Tendríamos 3 o 4 años, pero éramos inseparables. En mis recuerdos lo veo blanquito y delgado pero no recordaba bien su rostro. Hace poco, revisando las fotos antiguas en una de mi cumpleaños donde me encuentro rodeada de familiares y amiguitos, lo descubrí y me sentí feliz de haber vuelto a ver su carita después de casi toda una vida. Él, como muchos seres queridos que han estado conmigo y hemos disfrutado de momentos gratos o amargos, han salio de ella sin volver a saber que fue su existencia. Tuve dos amiguitas más que no sé que fue de ellas. Blanquita Tapia y Dorita. El tiempo se las llevó.
Más adelante empiezo a recordar rostros queridos entre las personas afines o amigas de mi familia y por las que más siento nostalgia son Ofelia y Rosa Bazo, amigas íntimas de mis tías. Cuando me llevaban a visitarlas me colmaban de cariños. Como niña golosa, no puedo olvidar las maravillosas pastas de almendra y un sin fin de dulces que nuca faltaban en esa casa. Más que amigas, eran como de la familia.
Me veo luego en la casa de los tíos Samuel y Ernestina que ya en mis “Recuerdos” he hablado de ellos. Pero no solo era cariño lo que nos unía sino su ternura y amor hacia nosotros y un sentimiento maravilloso me embargaba cuando estaba en su compañía, pero lo que quiero rescatar de esa familia es también a Laura Rondón de Marsano, hermana de la tía Ernestina a quien no nos unía ningún parentesco y, a pesar de ello, fue para nosotros una tía entrañable que con sus hijos Luis, Carmen y Pedro fuimos un todo de ternura y entrega mutua. Carmen (La Nena), a quien quiero como una hermana, aún vive y nos reunimos para recordar aquellos tiempos y de los más cercanos para añorar lo felices que fuimos y aún más cómo nos hermanamos cuando el infortunio o el dolor tocaron nuestras vidas.
Volviendo a mi infancia, recuerdo en primer lugar, que yo le tenía miedo a la oscuridad, y me veo, como si fuera ayer, sentada en la mesa del comedor, mirando con increíble temor al cuarto oscuro que tenía por delante donde dormía con dos de mis tías, mi Ñaña y la tía Tete. Y ese temor me duró mucho tiempo hasta que, lentamente, lo fui venciendo. Pero si, no olvido que desde muy niña sentía en las noches el ruido de algo que sonaba continuamente al costado de la pared y que al preguntar que era aquello, me decían que era una señora que trabajaba de noche moliendo productos que vendía por la mañana, y la verdad fue que ese ruido era producto de las “penas” de la casa contigua.
No sé por qué fui increíblemente tímida. De todo me asustaba y además trataba de pasar desapercibida cuando frecuentaba a la familia, quizá sería que siempre llegábamos a las casas de lo parientes cuando estaban todos reunidos y yo quería desaparecer, ya que uno u otro me decían que como había crecido, que qué gordita estaba y cosas así. Y a todas partes me llevaban… Lo positivo de esas visitas fue que fui haciéndome querer por todos los que me iban conociendo, y lentamente empecé a frecuentar las mansiones de muchas familias del entorno social de los míos. En realidad conocí verdaderos palacios comparados a los de mis cuentos infantiles, escuchados contar diariamente por las amadas tías, antes de quedarme dormida.
Ahora, después de casi una vida, recién me encuentro ante una verdad de la que nunca antes me percaté, y estoy segura que si no hubiera sufrido tanto por mi timidez, quien sabe si esa situación tan traumante para mí no hubiera sido la causa de que luchara conmigo misma por salir adelante para lograr lo que la vida me impidió realizar, ser capaz de irme ilustrando leyendo indesmayablemente cuanto libro pude tener en mis manos. Y es por eso que ahora me siento realizada como persona y puedo alternar con cualquiera sin temor ni timidez.
Tuve cajas de cajas de juguetes, maravillosos juguetes, pero los tenía guardados por que no los podía compartir con mis hermanos hombres, mas bien, me gustaba jugar con los trompos, las bolitas y los juegos de aquella época.
Sí que era bello Abajo el Puente. Hoy voy rememorando cada rincón, las calles empedradas, el perfume de las flores de las casonas antiguas, sus balcones y ventanas de reja, pues una de ellas daba al dormitorio de mis padres. La amabilidad y el respeto con que nos tratábamos chicos y mayores. Los chicos de la cuadra, traviesos, pero sanos e inocentes. Les gustaba colocar las tapas de las botellas de Kola Inglesa en los rieles del tranvía que pasaba por delante de la casa que venia después de recorrer todo el villorio.
Mi casa siempre estaba visitada por los primos y amigos de las tías, donde se propiciaba el baile con los ritmos de moda. Cada cumpleaños u otro festejo era motivo para cambiar el forro de las lámparas del alumbrado del comedor y dormitorios las que consistían en armazones de alambre de formas diversas forradas en papel crepé de distintos colores. Eran muy bellas y originales. En el vasto y bello salón sí brillaba una lindísima araña de varias luces, reflejadas en los espejos del mismo recinto.
De los familiares de aquella época, recuerdo a mis tíos los Crespo, sobre todo por su cariño y la sana alegría que los adornaba, siendo la más destacada bailarina Lindaura Prieto Crespo, la que se conocía el ritmo de toda la música de entonces y hasta en el Charleston era una campeona. Era muy hermosa y me tomó gran cariño. Parece que la vida le permitió tanta alegría y felicidad cuando joven ya que después fue muy doloroso el camino que le tocó recorrer… Aún vive pero hace algún tiempo que no la visito por razones varias.
Como iba creciendo, mi Ñaña me empezó a llevar diariamente a la Iglesia de la Merced, y fue por esa razón que conocí a otras amigas de ella y de mis otras tías, siendo un grupo de personas finas y educadas que lentamente se me fueron acercando y a quienes quise como algo mío y no simplemente amigas de la familia. De ellas recuerdo a Celinda Granjean y Lucila Borda, ambas muy cariñosas y que fueron incorporándose como otras “tías” para mi. Además entraron a mi entorno las hermanas Olcese y fue tan grande el cariño que les tuve y la frecuencia con que nos visitaban que nunca sospeché que sólo fueran amigas de los míos. A las “tías” Herminia y Elena las tengo tan presentes como si las estuviera viendo. Muy distintas entre sí, pero rivalizando en amor y ternura para mí y mis hermanos. La amistad con mi familia fue tan increíble que cuando habían pasado muchísimos años y yo me había casado y ya tenía a varios de mis hijos; un día, estando en casa de mamá, llegaron las dos, portando una torta y pasteles para celebrar sus “Bodas de Oro” de amistad inquebrantable. Así eran de profundos los sentimiento de aquella época. Y recuerdo que las seguimos visitando con mi esposo Guillermo cuando, ya muy ancianas, enfermaron sin remedio. La tía Herminia fue madrina de mi hijo César. Se nos fueron con gran congoja de todos los que las quisimos de verdad.
Otros personajes de mi historia fueron la tía Amalia y su esposo, el tío César Reyes. Aunque se casaron siendo maduros y para ellos la vida les fue dura, recién mi tía fue feliz en compartirla con tan entrañable compañero. El tío era pintoresco y amoroso. Quería entrañablemente a mis hijos y para ellos era motivo de intensa alegría cuando lo veían aparecer por la puerta. Para ellos era el tío que los tenía abstraidos con sus cuentos de aparecidos y brujas, con su forma de hacerlo abriendo tremendamente lo ojos. Nos quiso como si fuéramos de su misma consaguinidad. La tía tenía unas ocurrencias que eran compartidas con Guillermo y siempre estaba alegre y reilona sin demostrar lo que muchas veces pudo mortificarla. Sobre todo porque padecía de sinusitis, condición no conocida en ese tiempo. Tenía ocurrencias como cuando le decía a Guillermo, otro travieso, que le hacía bromas para fastidiarla: “Compaire, no me fatidie porque acabo de comurga”. O si en una oportunidad nos contaba entre sus muchas ocurrencias que conocía a una señora que invocaba cuando necesitaba algo:”Por los benditos y alabados pecados de Nuestro Señor Jesucristo”. Ay! Si sigo no acabaré nunca de contar sus ocurrencias, pero hasta que se nos fue, para nosotros no hubo otra tía a quien recordáramos tanto por su original forma de ser. Se conocía todo el santoral litúrgico y era la mejor fuente de información cuando indagábamos por la conmemoración de algún santo o santa. Como ella no hubo otra igual. “Compañera inseparable de mamá” hasta su final.
Y regresando a mis recuerdos, y ya en Miraflores, fueron otros los personajes que llegaron a formar parte de mi vida como amigos entrañables, casi hermanos por el cariño que nos tuvimos, además de Manuel Gardini que fue el primero que vivió cerca. Luego, ya en el colegio, el travieso Paco Portugal fue inolvidable por su entereza y alegría de vivir, a pesar de que tenía una pierna defectuosa pero que nunca le fue un estorbo para jugar con la pelota o hacer travesuras increíbles. Fue un compañero muy querido para mí.
Otra amiga que llegó a ser como una hermana fue Leonor Duthurburu, “Mota”, que aunque siendo de un año superior al que yo estudiaba, llegamos a ser inseparables. Nos unía un cariño cálido y profundo, que me ayudó en momentos muy difíciles en la vida cuando tuve que afrontar una decisión que me dejó sin ganas de vivir. Ella fue mi soporte y logró, a base de hacerme comprender las cosas, que saliera de la postración en que me encontraba. Pero la vida nos fue ingrata, y, sin querer, por diferentes circunstancia, nos separamos después de largos años de amistad y ahora no se si aún vive o ya partió, como muchas otras amigas de la época de mi adolescencia
Pero a pesar de lo avanzada de mi edad, aún tengo una amiga a quien he visto después de largos años, que vivió a nuestro lado en la casa contigua: Irma Santibáñez. Es noble, sencilla y compartió conmigo muchas vivencias. Pude hace pocos meses reencontrarme con ella y el abrazo que nos unió fue el mejor ejemplo de lo que significa una verdadera amistad.
Pero también hay sorpresas que no esperamos, y eso me acaba de suceder. Por una nota en un diario, también me he podido reencontrar con otra compañera de colegio: Enriqueta Leguía Olivera, hija del que fue presidente del Perú, Don Augusto B. Leguía. Pero como Dios es grande, ha permitido que esto sucediera para que nuestro encuentro haya sido algo increíblemente positivo para ambas. Nuestros recuerdos y mutuas vivencias han logrado que tanto ella para mí y yo para ella hayamos encontrado la oportunidad para ayudarnos en muchas cosas que nos son de gran valor. Y lo que más satisfacción me ha proporcionado es que compruebo lo bien que le está sucediendo para su estado de ánimo, el que podamos estar juntas y que con mi ayuda pueda terminar un trabajo gratamente valioso para ella.
Pasamos horas conversando y recordando lo que nunca antes pudimos compartir, por que nuestros caminos por la vida los recorrimos muy lejos una de la otra. Y ahora la visito con una ilusión ya casi olvidada, de lo mucho que compartimos cuando fuimos compañeras de colegio, pues nos parece que el tiempo no ha transcurrido para nosotras y nuestras risas se asemejan a las de dos adolescentes que siempre han estado unidas por una verdadera amistad.
Volviendo atrás, quiero hablar de uno de mis primos hermanos, César Cárdenas (Cotico), hijo de la tía Victoria, hermana de mamá y del tío Pedro Cárdenas, primo hermano de papa. Aunque ya hablé de ellos en mi escrito anterior, quiero resaltar a este amoroso y muy peculiar “Cotico”, mi primo del alma, mi pareja de baile, gordito y muy buen mozo con enormes ojos de largas pestaña. Era muy alegre y su risa amplia y sonora me parece escucharla aún. Gran jugador de fútbol, era un delantero muy hábil y se destacaba del grupo de chicos que frecuentaban nuestra casa. No se perdía ninguna fiesta que se celebrara y conmigo hacía malabares con los pies, siguiendo el ritmo que fuera. Era ocurrente y gracioso. Recuerdo bien que una vez nos habían invitado a la casa de una de mis amigas y por supuesto a todo el grupo. Él estaba sirviéndose una vianda y se le escapo un pedazo de papa de lo que estaba comiendo y como buen futbolista, lo emparó en el aire enviándolo directo a un dormitorio contíguo. El señor de la casa lo vio y le dijo muy serio: “Joven es posible que no le guste lo que esté comiendo pero no lo patee”. Ante la risa general. Y en otra oportunidad le quiso hacer una broma a un joven norteamericano que había asistido a otra de nuestras fiestas, haciéndolo comer un ají limo que casi lo ahoga. Nos pegamos un susto tremendo, pero nunca escarmentaba. Junto a él no se podía dejar de reír. Era más bueno que el pan y llegó a ser campeón de Bowling, cuyos trofeos, que fueron varios, los conservó con gran orgullo, además de ser fanático del jazz. Luego que pasó el tiempo, muchos largos años, enfermó del corazón y viviendo junto a la casa de nosotros, en vísperas de año nuevo, se presentó con el saco al revés y nos dijo que era para tener buena suerte al recibir el nuevo año y la suerte quiso, que por lo bueno que siempre fue, volara al cielo dulcemente a los pocos días. Tan dulcemente como fue su corazón…
Después que falleciera mi tía María Mercedes, mi Ñaña, como ya lo he contado, mi ángel salvador fue la tía Angelita Cárdenas, prima hermana de papá. Por ella volví a vivir y durante toda el tiempo que tuve la dicha de compartir su invalorable compañía y, a pesar de la diferencia de edad, nos entendíamos como si fuéramos dos hermanas y dos amigas.
Hace poco conversando con Jorge, uno de mis hijos, me decía que Dios había sido sumamente misericordioso con nosotros por la familia que nos permitió conocer, apreciar y amar intensamente.
La tía Victoria, hermana de mamá, fue para nosotros otro personaje inolvidable. Tenía siempre la sonrisa en los labios a pesar de que su vida fue muy dura y sufría por muchos motivos. Y la recuerdo joven y hermosa, con aire de distinción y garbo al caminar, bailando la marinera limeña con suma maestría y gracia. Era una figura cuando sus piecesitos se deslizaban haciendo los quiebres en la "resbalosa". Tía amada, vivió a nuestro lado en la casa contigua por varios años y me parece verla cada noche, cuando ya se quedó sola, llegar suavemente con su amorosa mirada y su infaltable sonrisa.
Y siguió pasando el tiempo, y éste me va a faltar si empezara a enumerar a muchos más que fueron para nosotros personajes inolvidables. Pero una figura de ellos se destaca como un amoroso abuelo que no fue tal, pero si por su amor hacia mis hijos, lo calificó como tal. Se trataba del Dr. Daniel Checa, Vocal de la Corte Suprema, que habiéndose casado con la tía Elena Olcese, empezó a frecuentar mi casa y su presencia en ella nos colmaba de alegría por su ternura con los pequeños y su sencillez y calidez con nosotros. Me alababa mucho la chicha morada que preparaba y llegó el momento que en cada cumpleaños a los que nunca faltaba, yo le separaba una jarrita especial para el. Un día que salía del Palacio de Justicia, sufrió una aparatosa caída que le ocasionó la muerte, con inmensa consternación de todos los que lo quisimos. Nunca lo hemos olvidado…
Me han solicitado que hable algo de mis hijos, nietos y bisnietos, pero hay que comprender que, al hacerlo, voy a tener que relatarlo muy someramente, ya que por el número de ellos no podría extenderme en hacer conocer todo el tiempo que pasó desde que nació mi primer hijo Guillermo. He contado algo en mi primer trabajo “RECUERDOS” cuando converso con ellos, pero tendría que relatar momentos de alegría infinita como así, re montarme a un dolor inerranable… Quiero sin embargo decir que Dios nos otorgó el tesoro invalorable al que pudimos aspirar cuando a Guillermo y a mí nos hizo padres de 8 incomparables hijos. Ocho hijos criados con el más profundo y ejemplar amor, inculcándoles desde muy pequeños, los principales valores de moral, honradez y rectitud. Fueron como todos los niños, alegres o serios, traviesos o más tranquilos, confiando en nosotros como si fuéramos, además de padres, sus mejores amigos.
Nos tocó una época muy dura de la post-guerra y fue tarea de titanes poderlos sacar adelante. Y más aún, se nos probó con el cáliz de la amargura cuando una de nuestras pequeñas, Charito, voló a los cielos… Mi viejo era en ese entonces un esforzado empleado de la Marina de Guerra, y con su trabajo sacrificado e impecable proceder, se hizo querer y admirar en ese cuerpo. Pudimos darle la educación que nos habíamos propuesto. No los privamos de nada, y con ellos compartíamos juegos, paseos, idas al circo, a desfiles y ceremonias religiosas, ya que en su formación, la fe en Dios y la Santa Virgen María fue para ellos algo principalísimo desde muy pequeños. Fuimos un todo en muchos momentos de alegría y dolor, pero, ya cumplida su instrucción escolar, cada uno siguió el camino al que se decidieron sin trabas ni presiones.
Con el tiempo, convertidos en hombres y mujeres de bien, se fueron casando y fueron depositando en nuestros brazos a los nietos adorados. Y uno de ellos, el cuarto hijo, César Manuel, escuchó el llamado de Dios para ejercer el sacerdocio y nunca nos arrepentimos de haberlo ayudado a seguir ese camino. Era para nosotros como un premio al que nos sentíamos inmerecidos, al igual que los que recibimos de sus hermanos cuando nos hicieron abuelos. Aún siento en mi corazón la primera emoción de madre realizada cuando recuerdo sus matrimonios, y en la consagración de nuestro hijo sacerdote.
Actualmente, de seis de mis hijos, tengo -ya que mi viejo no está con nosotros- 25 nietos, siendo el mayor de 37 años y el último solo de tres añitos.
De Guillermo y su esposa nacieron cinco, cuatro mujeres y un hombre; de Sara María, cuatro varones; Federico tiene seis, cuatro varones y dos mujeres; Jorge es padre de tres, dos mujeres y un hombre; Ana María tiene cuatro, tres mujeres y un hombre; y el último, Eduardo, tiene tres, dos hombres y una mujer. Que lindo ramillete, no les parece?
De mis nietos, hijos de Guillermo, se han casado dos: Mónica, la primera y luego Verónica, la segunda. Los dos últimos Ursula y Guillermo están por casarse este año. Solo queda soltera Silvana, que es la tercera. Verónica tiene dos niños (mis bisnietos) Mateo y Alessia.
De los hijos de Sara María, José Enrique, el mayor, es padre de cuatro hijos siendo el mayor de ellos Enrique Alexander, mi primer bisnieto. Luego viene Jesica, Luis Gonzalo e Ethan.
Luego Carlos, el segundo, es padre de dos, un niño, Eric, y su hermana Francesca.
Miguel ha tenido dos hijos: Ivet y Paolo.
Estos tres nietos residen en los Estados Unidos y sólo he podido conocer y gozar de algunos de ellos porque los otros son norteamericanos.
El menor, Alvaro, es soltero.
Federico, el tercero de mis hijos, tiene seis, cuatro hombres y dos mujeres, siendo Claudia, la segunda, la que está casada y tiene dos niños: Paolo y Piero. Eduardo, Federico, Luciana y Jorge son solteros (Jorge esta por casarse en junio de este año) y Juan Diego aún es un niño.
Jorge es padre de tres: dos mujeres y un hombre, siendo la mayor Silvia, luego Mariella y Jorge Rodrigo. Los tres están solteros.
Ana María es madre de cuatro hijos: Patricia, la primera, es madre de una niña: Alejandra y reside en Florida.
Fiorella también tiene un niño: Patrizzio y reside en Módena, Italia.
Andrea también reside en Módena con su esposo, pero no tienen descendencia.
Fernando, el último está soltero.
Eduardo el último, tiene tres hijos: Giacomo, Talía y Darío que aún son niños.
Esta descendencia numerosa, es para mí lo que termina de hacerme feliz. Si ya lo era con los antepasados que tuve, también amorosos y adorables, para los que los hemos gozado, completando este cuadro mi esposo, ya fallecido, y mis siete hermanos, ahora en el ocaso de mi vida, quiere Dios adornar mi existencia con tanta ternura de esa parte de mi ser, prolongada en mis hijos nietos y bisnietos.
No me puedo explicar por más que lo medito en todo momento por que Dios en su infinita misericordia me ha dado tanto en la vida. Yo soy una mujer cuya existencia está transcurriendo como otras tantas y mejores que yo, pienso que se debe pasar por este mundo mirando en todo momento hacía adelante, aceptar lo que a diario nos pueda ofrecer cada día, ser positivos y saber que si se nos dio la vida, ese don tan maravilloso del cielo, no es para desperdiciarla sino para llenar nuestras manos de gracias y bendiciones y ofrecerlas a ese Padre que algún día nos tendrá a su lado, si cumplimos viviendo como verdaderos cristianos, y nos damos íntegramente a los demás. Ese servicio que debemos prestar, con todo nuestro corazón, es el fin para lo que hemos sido creados, pues bien lo dijo así el Señor, con amor, humildad y entrega. Pasar por la vida haciendo el bien.
Les hago llegar este somero relato porque me lo han pedido, ya que no esperaba hacer otra recopilación de mis “Recuerdos”, porque deben comprender que, aunque no lo quiera, al rememorarlos hay pasajes en ellos que me producen una intensa nostalgia de lo que siempre guardé en mi corazón como un tesoro escondido, y que no lo pueda volver a vivir… pero lo hago para que conozcan también lo que es mi descendencia, que cuando llena mi casa me rodea de una indescriptible felicidad.
Los amo y los he amado siempre y quiera Dios que aún pueda seguir por algún tiempo más en esta vida que ahora disfruto, no solo con los míos, sino también con muchos seres queridos y amigos entrañables que completarán mi vida hasta que Dios lo quiera… recordándome siempre.
Con mi cariño entrañable los beso a todos,
Cucha
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